2012-03-28 Lucero Solórzano PURGATORIO

Proyectos como Purgatorio sólo pueden cristalizarse corriendo riesgos. El estreno fue apenas la semana pasada y en el escenario están jugándosela dos actores con una trayectoria impecable: Edith González, que ha brillado sobre todo en la televisión y el teatro y Julio Bracho, cuya carrera se ha desarrollado más en el cine y también en la escena teatral.
En una escenografía blanca, diáfana, luminosa, casi aséptica y que evoca algo que parece un despersonalizado cuarto de hospital diseñada por José Larroa-Fink, los dos intérpretes son un hombre y una mujer vestidos de negro en una pugna que los lleva a invertir sus posiciones en el juego del poder, del sometimiento, la humildad, arrogancia soberbia; se castigan, se acorralan, se juzgan… Son las almas en pena de dos seres que han cometido los peores crímenes, sufriendo el dolor de las consecuencias de sus actos, buscando el perdón, desglosándolo, diseccionándolo.
Por momentos él es una suerte de representante de “ellos”, los que supervisan todos sus encuentros por medio de una cámara omnipresente, la que no permite que nuestros actos queden sin testigo, ya que a fin de cuentas ese testigo somos nosotros mismos.
En transiciones de tiempo logradas mediante